
DISCURSO ACTO 9 DE JULIO
Hoy conmemoramos una fecha muy importante en el nacimiento de nuestra nación, y la cifra no es menor: se cumplen 208 años desde la declaración de la Independencia, aquel 9 de julio de 1816, en Tucumán.
¿Qué significación tiene para nosotros esa fecha?
Es sin lugar a dudas uno de los días más trascendentales para nuestra historia, que marcaron un punto de inflexión y fue clave para la construcción de nuestra identidad nacional.
Ese 9 de julio, bajo la presidencia del ilustre sanjuanino Francisco Narciso Laprida, los diputados asistentes al Congreso de Tucumán, firmaron el acta que nos convertía en un pueblo independiente y en esa rúbrica, signaron el nacimiento de un nuevo estado, un estado de límites aún desdibujados, depositario de un ideal de libertad y unidad sudamericana, en un tiempo en que estas tierras del sur se hallaban bajo el yugo español y se desangraban en largos años de luchas contra el opresor.
Este deseo de libertad, quedó plasmado en aquella acta que afirmó la voluntad de ser libres, no sólo para las provincias que se identificaban por su cercanía con el Río de la Plata; sino también para todos los pueblos sudamericanos que compartían una herencia y un vínculo estrecho con España, que había durado más de tres siglos.
208 años han transcurrido desde aquella trascendental jornada, desde los lejanos tiempos en los que no sólo estaba en juego nuestra existencia como estado independiente, sino también la organización jurídica del país naciente, tras superar la opresión de la colonia. Años de lucha y esfuerzo, marchas y contramarchas, errores y aciertos, éxitos y fracasos.
Hoy en este nuevo aniversario de nuestra independencia se presenta la oportunidad de reflexionar sobre la valentía y el compromiso que tuvieron los protagonistas de nuestra historia para hacer frente a sus diferencias personales y a las dificultades que se les presentaban. También sobre lo que significa ser una nación independiente, la responsabilidad que implica, lo difícil que resultó obtenerla y cómo la vivimos, la disfrutamos y somos conscientes de la misma.
La libertad no es algo estático, rígido, cristalizado, que se consigue de una vez y para siempre. Todos nosotros, todos los hombres y las mujeres que conformamos nuestra nación tenemos la obligación de renovar, reproducir y reforzar cada día el compromiso con la suma de libertades que conforma la democracia en la que vivimos hoy.
Alguien podría decir que la independencia y la democracia de las que gozamos no son todo lo que quisiéramos, y es cierto: mientras haya extrema desigualdad, mientras existan la exclusión y la injusticia, en tanto algunos aún no accedan a derechos básicos que para otros son un hecho; la libertad no será completa; porque nadie es absolutamente independiente si no cuenta con lo más fundamental (el techo, el alimento, educación), aquello que le permite elegir en libertad. Y es por eso que las responsabilidades, que las obligaciones que tenemos como individuos libres, miembros de una Nación independiente, no caducan, no se acaban: no terminaron en 1816, ni terminarán nunca.
Comprometidos con el legado recibido, somos protagonistas del presente y futuro de nuestra patria, la que todos esperamos que sea una gloriosa nación, porque a la patria la construimos día a día entre todos, como escribió Jorge Luis Borges en una Oda escrita en 1966:
Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.
Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.
La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.
Muchas gracias
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