
PALABRAS DEL ACTO DEL 13 DE JUNIO
Hoy conmemoramos un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad de San Juan, nuestro terruño, hace ya 461 años.
La presencia de la población Huarpe en el Valle Central del Río San Juan fue el motivo principal de la fundación de la ciudad de San Juan de la Frontera en 1562. Al igual que la ciudad de Mendoza, fundada un año antes, el objetivo de los conquistadores fue crear una ciudad para poder disponer legalmente de la numerosa población indígena que ya estaba concentrada en tierras bajo explotación agraria. El mecanismo utilizado para ello fue la encomienda de indios entre los nuevos vecinos de las ciudades de San Juan y Mendoza, quienes pronto comenzaron a trasladar a la población Huarpe al Chile Central para aprovechar su trabajo.
Tradicionalmente, se afirmó que la
ciudad se fundó a orillas del Río San Juan y que en 1593 o 1594 fue arrasada
por una inundación que obligó a sus habitantes, representados por el Cabildo,
en conjunto con el Corregidor de Cuyo, Luis Jufré de Loaysa, a trasladarla a 25
cuadras al sur, a un lugar más alto y seguro.
Esta visión tradicional está siendo actualmente cuestionada, poniéndsose en
duda tanto el lugar de la fundación original así como también su traslado.
Variadas fuentes indican que la ciudad española se superpuso a un espacio agrario indígena ya existente, desconociendo el derecho de los Huarpes sobre esas mismas tierras. En la fundación de la ciudad de San Juan de la Frontera se valoró específicamente su ubicación entre las tierras regadas por el Arroyo Estero de Zonda y las ciénagas ubicadas a poca distancia. Estas dos realidades (arroyo y ciénagas), hoy desaparecidas del paisaje cercano a la ciudad, fueron los elementos naturales que justificaron la ocupación y contextualizaban su emplazamiento
Recientes investigaciones han puesto en discusión el lugar original de la fundación de la primera ciudad... debatiéndose si ocurrió en la zona de Las Chimbas, las cercanías de la Plaza de Concepción o en la zona cercana a la plaza 25 de mayo.
Sea cual fuese el lugar original de la fundación, lo cierto es que se realizó en tierras ocupadas por una cultura particular, cuna de nuestra historia y nuestra idiosincracia: los huarpes.
Entre los siglos XVI y XVII, junto con otras parcialidades de la región, los huarpes fueron reducidos y sufrieron levas masivas a Santiago y otras áreas del Valle Central y el Norte Chico chileno. Estos traslados, se realizaban a pie y atados a través de los Andes, iniciando un largo camino de despojos, desigualdad y muerte. Agobiados, explotados, separados de sus familias... algunos volvieron a Cuyo cruzando la Cordilera, muchos murieron intentándolo.
A mediados del siglo XIX el proceso de “conformación del Estado Nacional”, determinó una política hacia los pueblos originarios que se fundamentaba en su negación como ciudadanos del nuevo Estado.
Las primeras leyes de nuestro país poco los consideraron, mas bien facilitaron su explotación o su desaparición. Ninguno de los pactos preexistentes que dieron origen a la Constitución Argentina de 1853, contempló la situacion de los pueblos originarios y las “naciones indígenas”, ni acordó pacto alguno con ellos.
Ese proceso de invisibilización político-jurídico de la población indígena justificó un modelo excluyente, que aplicó políticas de exterminio.
Es recién al producirse la Reforma Constitucional de 1994 que se reconoce la “preexistencia de los pueblos aborígenes”... considerados previos, anteriores a la conformación del Estado Nacional, anteriores a la Argentina como tal.
Pese al reconocimiento de nuestra Carta Magna, mucho queda por hacer: el reconocimiento de la ley no asegura la educación, ni la posesión de la tierra, tampoco el reconocimiento o difusión de la cultura de los Huarpes, ni su participación como ciudadanos plenos.
Parte de nuestra obligación y nuestro compromiso diario debiera ser reconocerlos e integrarlos activamente, en pie de igualdad plena, recordándolos no solamente hoy –en medio de los festejos de la Fundación de San Juan- o sino todos los días. Con menos palabras vacías y muchos más actos concretos.
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